Acordarme del Loco es revivir la sensación de lo que yo llamo “escuchar la radio”. Esa experiencia de que no estás donde estás, sino donde te ha llevado el caudal de sonidos, palabras y silencios con los que se construye un programa de radio. Quintero sabía transportar al oyente en esa especie de alfombra mágica que eran sus programas; sabía atrapar a quien le escuchaba en una burbuja imaginaria de la que no era fácil escapar.
Por eso sus oyentes fueron fieles. Por eso, pasados ya casi 20 años de su última presencia en los medios y una treintena que no está delante de un micrófono de radio, se le recuerda. Particularmente recuerdo verle pasar siendo yo un tímido becario, por los pasillos de la Casa de la Radio, como si pasara un dios de las ondas, un profesional que estaba haciendo ya historia de la radio, porque sabíamos que había inventado un nuevo modo de hacer programas, rompiendo moldes y creando fórmulas nuevas. A partir de ahora queda sumido en el más largo de sus silencios, tan significativo e inquietante como cualquiera de los que dejó en la radio.
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