Los partidos políticos no han sido capaces de alumbrar un acuerdo para conformar un modelo de gobierno. Durante las campañas se suele pedir a los candidatos que definan cuáles serán sus posibles pactos, con quien y para qué. Se trata de una exigencia a la que los electores tienen derecho, porque en la situación actual de reparto de voto, no solo es importante conocer el programa de cada opción electoral, sino también cuales serán las ayudas y colaboraciones con otros grupos de las que va a echar mano cada uno.
Normalmente los líderes y candidatos suelen evitar definirse sobre posibles pactos o sobre los límites de su propia acción política. Y hacen bien. Incluso diría, visto lo visto, que lo hacen poco, porque la política –aunque sea un tópico- es el “arte de lo posible”.
La imposibilidad de alcanzar un pacto por parte de los distintos actores políticos ha tenido en buena parte origen en los compromisos, los límites y vetos que los partidos se marcan casi siempre como producto de la bravuconería o la estrategia equivocada, sin darse cuenta de que lo que consideran principios pueden convertirse en ataduras. Y eso es lo que, entre otros factores, ha impedido el acuerdo.
Además de la falta de cultura de pacto y diálogo, nuestros políticos que nos devuelven el "marrón" de decidir otra vez con que cartas habrá que jugar para gobernarnos, han sido víctimas de sus propias cadenas, anticipando con quien van a acordar, con quien no, qué metas van a aceptar, cuáles no, hasta donde llegarán y hasta donde no.
En especial, Pedro Sánchez, el líder socialista que sí ha estado en el centro de la acción política estos días, aunque haya sido solo por propio interés, ha padecido la prisión de sus propias ataduras, además de las añadidas por sus barones: No pactaré con los "populismos" -dijo- y tuvo que pasar el trago de desdecirse. No me apoyaré en los nacionalistas e independentistas, no pactaré con Rajoy ni con el PP, no seré presidente a cualquier precio. Es comprensible que ahora haga valer que lo ha cumplido, pero tanta exclusión dejó muy estrecho su camino hacia la presidencia de un gobierno.
Lo mismo podríamos decir del resto de grupos: Ciudadanos y Rivera: No formaremos parte de ningún gobierno que no presidamos y luego se ha manifestado más que dispuesto a hacerlo. No apoyaremos a Rajoy ni a Sánchez, en todo caso nos abstendremos. Luego dio sus 40 votos para la frustrada investidura del líder socialista. No facilitaremos un gobierno que incluya a Podemos. Luego se llegaron a sentar con ellos, aunque con desgana, y sin ninguna perspectiva de alcanzar ningún acuerdo. Y así podríamos continuar con los noes de Podemos. Incluso Pablo Iglesias llegó a decir que nunca formaría un gobierno socialista y ahora se ha convertido en condición sine qua non, y casi la única para haber dado luz a un ejecutivo. Luego el líder podemista ha demostrado que sus afanes iban más encaminados a herir al PSOE que a construir la gobernanza y casi todo era ficticio en su permanente puesta en escena. Y en particular su veto a Ciudadanos en cualquier hipótesis, ha hecho imposible cualquier entendimiento a tres bandas, que era imprescindible para que los números dieran.
Así no se puede. Los vetos apriorísticos, las líneas rojas y las exclusiones en política no llevan a ninguna parte, más que al punto de partida. A ver si aprenden. (Los políticos)